miércoles, 18 de junio de 2008

La espontaneidad del caos


Néstor y Cristina Kirchner han avanzado una vez más con su característica prepotencia, confundiendo sus objetivos con una realidad que, según su criterio, confirmaría su autoafirmación.

Por Carlos Berro Madero

“Curioso dinamismo el de la historia: a veces pareciera demasiado autónomo y otras, dominado por la fatalidad. Unas parece obra del azar, otras regido por un fin, un designio que intentamos descifrar. Pero en todos los casos ALEJADO DE LA RAZON Y DE LA VOLUNTAD. Es difícil ejercer control sobre ese dinamismo. Pareciera haberse recuperado su espontaneidad o la de un sentido oculto a la mirada humana” (Víctor Massuh)

Esta frase magistral del filósofo argentino, podría aplicarse a los acontecimientos desatados por el gobierno a raíz de un mal cálculo político, producto del atropello, la ignorancia y la soberbia.
El caos se genera siempre por la transformación de un acontecimiento en su “opuesto”. Así pues, el hecho inicial queda desvirtuado, y sus efectos inmediatos son el estallido de espontaneidades impensadas e indeseadas.
De él, nadie saca partido y todos sus actores pierden: algunos un poco, otros mucho más.
Néstor y Cristina Kirchner han avanzado una vez más con su característica prepotencia, confundiendo sus objetivos con una realidad que, según su criterio, confirmaría su autoafirmación. Merced a su torpeza ideológica, táctica y estratégica, el campo y sus protagonistas rurales, comenzaron a sentirse unidos por primera vez en muchos años y se convocaron con el resto de la ciudadanía en asambleas al aire libre, confirmando su importancia como un sector productivo digno de ser tenido en cuenta. Lo que comenzó como un reclamo frente a una medida inconsulta y arbitraria, se transformó con el correr de los días en la negativa a aceptar imposiciones confiscatorias que intervinieran de manera maliciosa en su modo de vivir el progreso y la libertad para planificar el futuro.
El hoy jefe del PJ cometió el error que faltaba en su larga lista de desaciertos, provocando que gran parte de la ciudadanía comenzara a verse a sí misma como ignorada y maltratada una vez más. Ha comenzado a pagarlo, y por el camino emprendido se han profundizado las divergencias que la sociedad estaba sintiendo respecto a métodos de gobernar que no se compadecen con el sentir de los ciudadanos.
Un sentimiento largamente reprimido, se ha transformado en un estallido amenazante y la que está en peligro en estas horas es la república.
La auténtica, no la que imaginó como “seudo” democracia el matrimonio Kirchner, responsable del colapso de un país que ha sido llevado al desorden, a la muerte de las instituciones constitucionales y el abandono al respeto que nos debemos entre semejantes.
Confundieron en todo momento popularidad con “ser” populares y han tenido hasta hoy su cuota de gloria efímera, la que fue aceptada a regañadientes por los ciudadanos que no han pertenecido, ni pertenecen, a su minúsculo círculo íntimo de obsecuentes enriquecidos. Su poder ha estado sostenido solamente por acontecimientos mundiales favorables para nuestro país como nunca antes. Su actuación política, signada por una ignorancia supina de lo que significa provocar la espontaneidad de un caos; ese que hoy mantiene en vilo a una sociedad absolutamente desmoralizada y que nunca se sintió contenida en un programa de concentración de la riqueza en manos de los “amigos” del poder, sumado al más abyecto sistema de clientelismo prebendario.
Lo que estamos viviendo, es una anarquía intelectual: la gente percibe la ausencia de las instituciones, absolutamente diezmadas, y no ha podido encontrar un punto de equilibrio para ninguna reivindicación por más justa que ella fuere. Por esa razón, ha salido a la calle a expresarse.
Kirchner y su esposa han conseguido dividir el caos en dos: el que provocan entre los demás, y el que sufren ellos mismos en su afiebrada concepción de la realidad. Estamos en manos de dos personas que tratan de disfrazarse de benefactores incomprendidos y profetas de un mundo nuevo, QUE NO EXISTE.
No se puede analizar con seriedad su estrategia, por la sencilla razón de que no la hay. Los acontecimientos son llevados de la mano por un río caudaloso de descontentos que crece día a día, porque el fin último de los K es el mantenimiento del poder a cualquier costo.
La angustia colectiva ha aumentado en intensidad y matices. El enfrentamiento entre semejantes también.
A nuestro modo de ver ya no hay tiempo para esperar un cambio ni soñar con lo que no vendrá, si de los Kirchner dependiera.
Nos parece que con lo que aún queda indemne y la sucesión constitucional prevista en la ley, podría reconstruirse un gobierno menos enervado, mucho más realista en sus objetivos y que podría ser mejor comprendido por los ciudadanos. Con él, comenzaríamos a restañar las heridas que nos hemos infligido los unos a los otros.
De tal manera, el bicentenario, machaconamente invocado por el gobierno como cortina de humo sin contenido, podría encontrarnos con una luz de esperanza al frente. Creemos que sería saludable para el país una renuncia voluntaria o inducida de Cristina a seguir ejerciendo su poder supuestamente “transformador”, en cuyo nombre ha abandonado totalmente el camino del orden y la justicia, internándonos más y más en una selva espesa de contradicciones y desaciertos, por donde quiere conducirnos a la fuerza con grilletes puestos en los tobillos.
Quisiéramos recordar aquí nuevamente un popular dicho francés: “antes de la hora no es todavía la hora; después de la hora, ya no es más la hora: la hora es la hora.” Y en razón de que todo tiene su tiempo, parecería que los Kirchner han comenzado a transitar un traumático camino “poskirchnerista”. Sería saludable pues que nos ahorraran mayores penurias políticas, económicas y sociales apartándose de la vida pública, que han impregnado de prepotencias, arbitrariedades y embustes. Ello contribuiría a que los asuntos que aún restan resolver no deban esperar tres años y medio más.
De la eventual pericia y supuesta “sabiduría” de este poder bicéfalo, no creemos que pueda esperarse nada más. Vivimos en peligro permanente de que nuestro país estalle como un polvorín.
El envío de la resolución 125 sobre retenciones a las exportaciones agropecuarias al Congreso para que sean votadas “a libro cerrado”, no es más que una maniobra desesperada y ridícula de dos seres que piensan y actúan en soledad. Cien días después de haberse desatado el conflicto, es solo una parte del problema. La sociedad ya se ha pronunciado sobre ellos y se niega hoy a aceptarles sus bravuconadas.
Si el partido peronista comprende a tiempo que está al borde de una disolución muy parecida a la del radicalismo “pos Alfonsín y De la Rúa”, quizá tome en sus manos la tarea que todavía está pendiente.
De no hacerlo, la realidad “se los llevará puestos” también a ellos.

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